Los decorados, de John MacFarlane, que parecen las monumentales y minimalistas planchas de hierro del escultor norteamericano Richard Serra, contribuyen al ambiente claustrofóbico de la ópera.

Grimes puede ser brutal en la forma de tratar a sus aprendices, a los que claramente explota con total insensibilidad, pero es más bien una víctima de las circunstancias, al igual que el "Wozzeck", de Alban Berg.

El pescador es un solitario, obsesionado por su trabajo de pescador, un extraño que nunca será aceptado por la comunidad, empeñada en destruirle, y está claro que es con el y no con esta última con quien simpatiza el director escénico.

El mar y la dura vida diaria de los pescadores son los motivos inspiradores de esa ópera, como escribió en su día el propio Britten: "Siempre he vivido cerca del mar. Al componer 'Peter Grimes', quise expresar la lucha perpetua de los hombres y mujeres cuya existencia depende del mar, aunque reconozco la dificultad de dar forma teatral a un tema tan universal".

Se ha señalado con razón la profunda influencia de Alban Berg y en concreto de la antes citada ópera "Wozzeck" en el mundo musical de Britten.

Y aún con esa clara influencia, Britten fue capaz de crear un idioma propio tanto para la descripción del ambiente marino y la fuerza de los elementos como para el retrato psicológico de los personajes, especialmente Grimes y Ellen Orford, la pobre maestra de escuela, único ser que se apiada de él.

Con auténtica maestría, Britten se vale de los distintos instrumentos para describir los graznidos de la gaviotas (cuerdas), el momento de romper las olas contra las rocas (arpa, clarinete o viola), la enorme inmensidad del mar (metal).

O utiliza bien la fuerza desatada de la orquesta para expresar la intensidad de la galerna, bien la del coro para transmitir el odio de la intolerante comunidad hacia el pescador.

Peter Grimes está claramente solo en ese mundo, y aunque la orquesta puede acompañar a veces sus palabras, puntuar con algún instrumento su monólogo, Britten no nos deja ninguna duda sobre esa trágica realidad.

En esta reposición (hasta el 3 de julio), lo mejor es sin duda la parte orquestal y coral: el director musical de la ópera de Chicago, Andrew Davis, consigue sacar todo lo mejor de los instrumentistas de la Royal Opera House así como de su excelente coro.

El Peter Grimes de Ben Heppner, el veterano tenor canadiense que lo cantó ya en el estreno en Covent Garden 2004, convence dramáticamente, pero no está vocalmente siempre a la altura que se espera de él, mientras que en el papel de Ellen, la voz de la soprano Amanda Roocroft brilla también sólo en determinados momentos.

EFE