A Gerard Mortier siempre se le asoció con la polémica, pero él prefería otro matiz del vocabulario griego para hablar de las reacciones que provocaba su manera de ver la ópera: dialéctica.

No desdeñaba el pataleo del público y pensaba que los pitidos de éste eran el punto de partida del debate, que el ardor de determinadas reacciones era lo que mantenía viva a la ópera. Por eso, seguramente le hubiese parecido interesante cómo el estreno del 'Alceste' de Gluck polarizó al público del Teatro Real la semana pasada, con un cruce de aplausos y silbidos para la puesta en escena de este espectáculo, uno de los últimos programados por él para esta temporada.

El pasado 21 de febrero, Mortier no acudió a la presentación de 'Alceste'. La noticia de que se encontraba en Rusia tratándose del cáncer de páncreas que padecía, el cual precipitó su salida como superintendente del coliseo madrileño y su sustitución por Joan Matabosch, disparó las alarmas sobre su estado de salud, progresivamente deteriorado desde entonces.

La ópera 'Brokeback Mountain', en el Real, una de las apuestas de Mortier. Efe
Hombre culto y dotado de una profunda visión filosófica y social de la ópera, lo cual le llevó a interesarse por muchos aspectos de la historia de España, Mortier nunca rehuyó la confrontación. "No veo la polémica como algo malo. Fui educado por los jesuitas, que son muy dialécticos: tú tienes una opinión, yo tengo otra y empezamos a discutir para llegar a un punto común. Pero pienso que la polémica debe estar en los asuntos correctos. Por ejemplo la polémica sobre si programo o no a Puccini no es muy interesante. Por otra parte, tienes que proteger a la ópera de los grandes amantes de la ópera", expresaba a este diario Mortier en 2008, al poco de ser designado director artístico del Real.

"En mi vida he mantenido muchas luchas", explicaba en aquella ocasión. "Pero es algo intrínseco a hacer un trabajo creativo. Por otra parte, me gusta la gente que tiene otra opinión mientras luchen cara a cara, no a mi espalda". Tampoco rehuía su imagen de agitador: "Si Cristóbal Colón y Don Quijote eran agitadores, entonces yo también lo soy (risas)".

El director belga se mantuvo fiel a esta imagen hasta el final. Su última aparición pública fue el pasado 28 de enero en la presentación del estreno mundial de la ópera 'Brokeback Mountain', su última gran apuesta y uno de sus proyectos más queridos durante su carrera. "Estoy contento de estar aquí con todos vosotros. Es una lucha, pero es así", dijo entonces. Y luego, ante la posibilidad de críticas por los sectores católicos al presentar una relación de amor homosexual sobre el escenario del Real, sentenció: "La Iglesia debe solucionar sus propios problemas antes de dar lecciones sobre homosexualidad".

"Nunca cambiaré mis ideas sobre el teatro. Hago lo que tengo que hacer e intento convencer al público. Si a parte de éste no le gusta, debo aceptarlo", dijo también entonces. Una frase que sonaba a despedida, igual que la nota que envió con motivo de la presentación de la temporada 2014-2015 y que fue leída por el presidente del patronato, Gregorio Marañón, en la que se despedía con un "¡Viva el Teatro Real!".

Pero su huella se extiende mucho más allá de la Plaza de Oriente. En el Festival de Salzburgo o en la Ópera de París, donde muchas de sus propuestas también generaron algaradas, también se habla hoy de este hombre culto y dialéctico que marcó un antes y un después en la forma de entender la ópera contemporánea.

El Teatro Real ha guardado un minuto de silencio y ha dedicado la función de 'Alceste' de este domingo por la noche a la memoria de Mortier. Al final de la representación, todos los artistas que participan en la producción, incluyendo la orquesta, han saludado conjuntamente desde el escenario, renunciando a sus saludos individuales, para dedicar los aplausos finales a Mortier.

DARÍO PRIETO
EFE Madrid