Clásica y Ópera | Ópera
Pasión griega de Bohuslav Martinu
Pasión griega, su última obra de grandes dimensiones, sitúa a Martinu entre los compositores más destacados de su generación no sólo por el conmovedor lirismo de algunas escenas, sino también por el impresionante dramatismo de otras. Dos años después de la muerte del compositor y cuatro después de la del autor de la novela original Nikos Kazantzakis, el estreno de Pasión griega fue un digno funeral para dos grandes creadores de nuestro tiempo. Tuvo lugar en Zúrich, en alemán, el 9 de junio de 1961.
Ópera en cuatro actos. Libreto de Bohuslav Martinu, basado en una novela de Nikos Kazantzakis.
Personajes: El padre Grigoris (bajo cantante); Patriarcheas (bajo cantante); Ladas (papel hablado); Michelis, hijo de Patriarcheas (tenor); Kostandis, posadero (barítono); Yannakos, comerciante (tenor); Manolios, pastor de ovejas (tenor); Nikolis, pastorcillo (soprano); Andonis, barbero de la aldea (tenor); la viuda Catalina (soprano); Panait (tenor); Lenio, novia de Manolios (soprano); una anciana (contralto); el padre Fotis (bajo cantante); Despinio (soprano); un anciano (bajo); coro de los aldeanos; coro de los fugitivos.
Lugar y época: La aldea griega de Lycovrissi, durante la ocupación turca.
Argumento: En Lycovrissi, una aldea situada a los pies del monte Sarakina, un radiante Domingo de Pascua, termina la misa y los fieles salen de la iglesia. El padre Grigoris anuncia que el consejo de ancianos ha asignado los papeles para la próxima representación del misterio de la Pasión. Kostandis representará al apóstol Santiago, Yannakos a Pedro, Michelis a Juan, la viuda Catalina a Mana Magdalena; Panait rechaza el papel del traidor Judas y escapa. Manolios, un joven pastor, ha sido elegido para representar a Jesús y se siente abrumado por el dolor y la alegría de esta misión. Cuando Lenio, su novia, se le acerca y le susurra palabras de amor, Manolios no la escucha. Se pone en pie sin decir palabra, absorto en la contemplación de la naturaleza.
Anochece lentamente, la montaña se riñe de violeta, de azul. Fuera del escenario se oye un lejano canto que se acerca. Es un salmo, pero Manolios cree distinguir sollozos en él. Entonces aparece el grupo que canta. Todos están agotados y producen una impresión lamentable. En cabeza marcha el padre Fotis; muchos llevan herramientas y otras cargas en las manos.
Grigoris, revestido con todos los atributos de su dignidad, sale al encuentro de los recién llegados. Altivamente, pregunta a su colega Fotis qué significa aquella procesión. El otro dice que viene de una aldea incendiada por los turcos. Los que piden ayuda son los fugitivos, los que quedaron sin hogar. Sin embargo, Grigoris se enfurece: «Padre, decid la verdad, ¿qué pecado habéis cometido, qué habéis hecho para que Dios os hiciera caer en desgracia?». Pero otros aldeanos se compadecen de los fugitivos. Grigoris baja el tono: «¿Qué queréis de nosotros?». «¡Tierra! —contestan los refugiados—, ¡tierra para volver a echar raíces!»
Después de estas palabras se produce un largo silencio. Es como si Grigoris esperara un signo de lo alto. Despinio, una niña de la procesión de fugitivos, grita y cae al suelo. Grigoris exclama: «La respuesta que os pedí os la ha dado Dios; hela aquí: ¡es el cólera!». Una gran turbación se apodera de todos; Grigoris y los habitantes del pueblo se alejan asustados. Fotis exclama hacia la muchedumbre que se aleja: «¡No es cierto, hermanos! ¡Ha muerto de hambre! ¡Tenemos hambre!». Sin embargo, sólo unos pocos vuelven. Catalina es la primera que auxilia a los fugitivos. Luego se ocupa de ellos Manolios: «Padre, id al monte Sarakina. Allí hay agua, el monte está lleno de leña seca... podéis hacer fuego, las noches todavía son frías...». El padre Fotis bendice la hora; empieza una nueva vida para los fugitivos. El acto segundo se desarrolla en la pequeña casa de Yannakos. Allí va el avaro Ladas y propone a Yannakos un negocio sucio: que vaya donde están los fugitivos y les proponga un cambio: comida y ropas por el oro y las joyas que lleven encima.
Cambia la escena. Nos encontramos frente a la aldea, en la fuente de San Basilio. El sol está en lo alto del cielo. Manolios saca agua de la vieja fuente y se seca el sudor de la cara. Mira el monte Sarakina, cubierto por un velo de humo y fuego. De repente, después de estar absorto un rato, se sobresalta; siente como si lo crucificaran: siente el dolor en las manos, en los pies y en el corazón. Catalina se acerca por el camino: ha estado buscando al pastor y lo ha oído: reconoce que todas las noches sueña con él. Manolios sigue frío y distante. La mirada desesperada de Catalina lo sigue cuando baja lentamente por el monte. El padre Fotis ha reunido a los suyos en un lugar desolado. Los fugitivos comienzan a sacar tierra para construir una aldea. Muere un anciano del grupo y para ellos es un buen presagio: «¿Sabéis que una aldea sólo puede mantenerse si en sus cimientos hay enterrado un ser humano...?». Llenos de decisión, pero también de amor, comienzan su nueva vida dirigidos por Fotis.
Llega Yannakos, ve su actividad y se arrepiente de su plan; confiesa al sacerdote su mala intención, le entrega para la construcción de la nueva aldea el oro que Ladas le había dado como anticipo. Se va con la conciencia tranquila.
Por la noche, en su cabaña, Manolios tiene visiones: se le aparece el padre Grigoris pronunciando las palabras con que le encomendó pocos días antes el papel de Cristo, palabras que tienen en ese momento una significación diferente, más profunda; luego ve a la viuda Catalina, que lo llama con amor y extiende su cabello largo y hermoso; y por último se le aparece Yannakos, que lo llama hipócrita porque quiere ser Cristo y piensa en su boda con Lenio. Finalmente, las imágenes del sueño se confunden y Manolios despierta gritando; el pastorcillo Nikolis retrocede atemorizado. Llega Lenio para hablar por última vez con su prometido antes de la boda. Pero Manolios se comporta extrañamente, como hace a menudo en los últimos tiempos, y se va sin decir palabra. Nikolis abraza a Lenio, que queda como encantada por el sonido de su flauta de pastor.
La escena siguiente se desarrolla en la cabaña de Catalina; entra Manolios, pero Catalina, que al principio se ha excitado físicamente, reconoce en él a un enviado de Dios, como si ya fuera el Cristo a quien ha de representar en la próxima Pasión. Y cuando Manolios la llama «hermana», surge en su corazón un sentimiento nuevo que no había experimentado hasta entonces. Y se convierte realmente en María Magdalena.
En el cuadro siguiente la vemos descender por la montaña. La única oveja que posee la entrega a los fugitivos para que los niños tengan leche y no mueran de hambre. Sorprendido, Yannakos reconoce el cambio al encontrarla. La pecadora de la aldea se ha convertido en penitente, pero está contenta, como lo está Yannakos después de haber vencido la tentación del dinero.
Desde lejos se oyen voces airadas que se acercan. Es el padre Grigoris con varios aldeanos ricos. Se encuentran con Manolios, que habla a un pequeño grupo; es como si Cristo predicara a sus apóstoles. Cuando Nikolis le anuncia que Lenio se casará con él y no con Manolios, éste no se ofende; avergonzado, Nikolis baja el bastón que había alzado para defenderse. Se hace de noche. Manolios se acuesta bajo las estrellas; un pequeño grupo de nombres lo rodea; un poco más lejos está sentada Catalina, lis como una escena evangélica.
En el acto cuarto sucede el trágico choque: Grigoris maldice a Manolios y lo expulsa de la comunidad. Pero Manolios ya no está solo: quienes lo han reconocido están con él. Durante la boda de Lenio y Nikolis (Manolios, completamente compenetrado con su papel de Cristo, quiere llamar a los fugitivos para que compartan la abundancia de la aldea) se llega a una refriega. Grigoris incita a los habitantes de la aldea, y Panait, que debía representar el papel de Judas, mata en la confusión a Manolios. Confundida, la multitud retrocede. Entonces aparece el grupo de los refugiados, guiado por Fotis, y se arrodilla junto al cadáver de Manolios, a quien Catalina dedica un canto final, lleno de fervor.
Libreto: Nikos Kazantzakis (1882-1957) fue un importante poeta y novelista griego. Trazó intensas descripciones de la vida de la Grecia moderna que tienen un lugar de honor en la literatura de nuestro siglo. Su tendencia fundamentalmente cristiana se manifiesta sobre todo en su novela Cristo de nuevo crucificado y en su drama Pasión griega, que Martinu utilizó para su libreto.
Música: Pasión griega, su última obra de grandes dimensiones, sitúa a Martinu entre los compositores más destacados de su generación no sólo por el conmovedor lirismo de algunas escenas, sino también por el impresionante dramatismo de otras. El contraste entre el bondadoso padre Fotis y el airado padre Grigoris se manifiesta con una clara expresión musical; la música también contribuye a hacer creíble el cambio de Catalina, y en especial el de Manolios que, siendo un sencillo pastor de ovejas, se apropia hasta tal punto del papel del Salvador que le habían asignado que es completamente absorbido por éste. Las escenas populares tienen un fuerte colorido folclórico. Martinu supo darle forma a todo: la pequeña aldea al pie del elevado monte, los cantos y las flautas de los pastores, el fervor religioso, el cielo límpido del paisaje mediterráneo, las mágicas noches de verano. Aunque no es una obra genial, Pasión griega es una de las óperas más fascinantes de nuestra época.
Historia: Dos años después de la muerte de Martinu y cuatro después de la de Kazantzakis, el estreno de Pasión griega fue un digno funeral para dos grandes creadores de nuestro tiempo. Tuvo lugar en Zúrich, en alemán, el 9 de junio de 1961.
Fuente: “Diccionario de la Ópera” de Kart Pahlen
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