Jueves, 28 de Marzo de 2024

Clásica y Ópera | Ópera

Madame Butterfly de Giacomo Puccini

Madame Butterfly de Giacomo Puccini

Giacomo Puccini terminó la partitura de Butterfly en la Navidad de 1903. El estreno tuvo lugar en la Scala de Milán el 17 de febrero de 1904 y a pesar de la gran actuación de la soprano Rosina Storchio fue una de las veladas más desdichadas de la historia de la ópera. El fracaso fue absoluto y vergonzoso pero el futuro de la ópera era otro, Butterfly fue durante mucho tiempo y es en la actualidad la obra de Puccini más representada en el ámbito internacional; el papel principal es uno de los «papeles soñados» de las sopranos.








Tragedia japonesa en tres actos. Libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, basado en la novela de John Luther Long y en la pieza teatral de David Belasco, basada a su vez en la novela.

Personajes: Cio-Cio-San, llamada Madama Butterfly, joven japonesa (soprano); Suzuki, su criada y mujer de confianza (mezzosoprano); F. B. Pinkerton, oficial de la marina estadounidense (tenor); su esposa Kate (soprano); Sharpless, cónsul de Estados Unidos (barítono); Goro, casamentero (tenor); el príncipe Yamadori (tenor); el tío Bonze, sacerdote (bajo); la madre de Butterfly, un comisario imperial, un funcionario del registro civil.

Lugar y época: Una casa en una colina de las afueras de Nagasaki, a comienzos del siglo XX.

Argumento: Una animada obertura, totalmente independiente de la ópera en cuanto a temas, describe la actividad del día que comienza el drama. En un pintoresco paisaje japonés, el casamentero Goro enseña al oficial de marina Pinkerton la casita que éste piensa adquirir «por 99 años», con posibilidad de rescindir el contrato en cualquier momento. También ha obtenido a una joven, una geisha de quince años, de Nagasaki, para celebrar con ella, que lo ama sinceramente, un simulacro de «matrimonio», antes de volver a su patria. El cónsul de su país le desaconseja la aventura, que sólo podrá causar dolor y sufrimiento a la inocente y encantadora «Butterfly». Sin embargo, Pinkerton no sigue su consejo. Levanta la copa para hacer un brindis, que comienza con las notas del himno nacional estadounidense. El cortejo que acompaña a la novia sube la colina; Puccini utiliza la escala fundamental (Do-Re-Mi-Fa sostenido-Sol sostenido-La sostenido-Do) y los «acordes aumentados» que se derivan de ella (por ejemplo Do-Mi-Sol sostenido), que transmiten una sensación de exotismo y que particularmente en el dúo de amor que sigue producen un bellísimo efecto.

La boda se celebra según la costumbre del país. Pinkerton sigue la ceremonia con humor. Cio-Cio-San está presente con toda su alma. Ama al joven oficial de marina con todas las fuerzas de su corazón incauto. Le habla de su familia, de su padre, un alto dignatario del Mikado, que se hizo el harakiri cuando cayó en desgracia. A lo lejos se oye la voz del tío Bonze, a quien Cio-Cio-San maldice porque se convirtió al cristianismo. Pinkerton no lo sabía; lentamente reconoce con cuánto amor depende de él aquella criatura encantadora. Cae la noche, un amplio cielo lleno de estrellas pende sobre las luces de la ciudad del valle, sobre la bahía llena de barcos, sobre la pequeña casa en cuyo jardín la joven japonesa y el oficial extranjero cantan su amor en un gran dúo, muy melodioso.

Han transcurrido tres años. Pinkerton está ausente desde hace mucho; ha prometido volver. Butterfly se imagina la alegría del oficial no sólo cuando la encuentre, sino también cuando conozca a su pequeño hijo, de cuya existencia no tiene el hombre la menor sospecha. Sólo la fiel Suzuki llora y reza sin descanso. Sospecha la cruel traición. Cio-Cio-San en cambio sólo piensa en el día feliz en que la nave de Pinkerton vuelva a entrar en la bahía de Nagasaki. ¿Bajará corriendo la colina para arrojarse en sus brazos? ¿O se ocultará para sorprenderlo, pero también para no morir de alegría ante el inesperado reencuentro? Con fe inconmovible se aferra a esta imagen, a la que Puccini ha dado una forma musical conmovedora en un aria grandiosa: «Un bel di vedremo...».

Llega el cónsul Sharpless de visita. Madama Butterfly lo recibe con educación occidental. Se queja de Goro, que la abruma con propuestas matrimoniales; ¡como si no supiera que está felizmente casada con Pinkerton! Sharpless suspira: está allí para cumplir una triste misión. Ha recibido una carta de Pinkerton. Antes de que pueda decir nada sobre su contenido, Cio-Cio-San le arrebata el sobre y lo cubre de ardientes besos. Y de todo lo que el cónsul comienza a decir cuidadosamente, sólo entiende una cosa: que Pinkerton va camino de Nagasaki. Sharpless no puede seguir leyendo. Butterfly lo agobia a preguntas, está llena de impaciente alegría. Y saber que el oficial se ha casado con una norteamericana que lo acompaña en aquel viaje habría matado a la «pequeña señora mariposa». Sharpless sólo acierta a preguntarle qué haría si Pinkerton no regresara con ella. La japonesa responde tristemente: sólo le quedan dos caminos: ser geisha como antes o morir. El cónsul le aconseja casarse con el rico príncipe Yamadori, que ha pedido su mano. Entonces se da cuenta de que ha herido profundamente a Butterfly. La joven corre a su habitación y vuelve con un niño rubio. ¿Podría olvidarla Pinkerton? ¿Y su hijo? Sharpless, profundamente conmovido, pregunta por el nombre del niño. Se llamará «Dolor» mientras su padre esté ausente; luego, cuando haya regresado su padre, se llamará «Alegría». El cónsul se despide; Cio-Cio-San queda abatida. Pero no quiere dejar de creer. Entonces suena un disparo de cañón en el puerto. Butterfly y Suzuki ven aproximarse una blanca nave, tal como la pequeña japonesa se la ha imaginado miles de veces. La bandera tachonada de estrellas flamea en el cielo azul. ¡Es el Abraham Lincoln, su barco! Desaparece el abatimiento, el corazón de Butterfly late con júbilo. Recoge todas las flores de los cerezos y las desparrama con Suzuki por la habitación, para el recibimiento. La casa debe estar adornada tan festivamente como durante la lejana noche de bodas.

Y esperan impacientes, miran hacia la bahía. En la ciudad se encienden las primeras luces. Pasan las horas. Suzuki se duerme y también el niño está dormido hace rato. Sólo Butterfly está en pie y mira en la dirección por la que ha de aparecer Pinkerton. Suenan melodías del primer acto, acordes tiernos, recuerdos. La noche de verano japonesa es suave y tibia. En algún lugar lejano suena el nostálgico murmullo de un coro.

Cuando amanece y despierta Suzuki, Cio-Cio-San se deja convencer y duerme un rato. La criada la despertará cuando llegue Pinkerton. Poco después aparece el oficial al lado del cónsul y se acerca a la casa. Suzuki ve que hay una señora extranjera en el jardín y sospecha. Sharpless lo confirma todo: es la esposa de Pinkerton. Suzuki rompe a llorar. ¿Cómo se lo dirá a su señora? Pinkerton siente remordimientos; con palabras conmovidas se despide de la casita en la que gozó de una breve felicidad y en la que destruyó una vida.

Butterfly ha despertado. Advierte la presencia del cónsul. Todavía tiene esperanzas de que aparezca Pinkerton para rodearla con sus brazos, aunque tal vez esté escondido para darle una sorpresa. Pero ve a la extranjera y a Suzuki, que no puede hablar a causa de las lágrimas. Cio-Cio-San se domina con un esfuerzo supremo, sólo quiere que le respondan a dos preguntas: ¿Pinkerton vive? Sí. ¿Y volverá con ella? Nunca. Butterfly comprende. Ha ido a llevarse al niño. Llena de dignidad, sale al encuentro de Kate, la esposa «legal» de Pinkerton. Luego desea que la dejen sola. Reza al dios de sus antepasados, contempla durante un rato el puñal de su padre. En el puñal está grabado: «Muera dignamente quien no pueda seguir viviendo con dignidad». Suzuki debe llevarle el niño, del que se despide de manera conmovedora. Y se clava el puñal. Oye la voz de Pinkerton que la llama, tal como ha imaginado innumerables veces. Pero sus fuerzas ya no bastan para llegar hasta él.

Libreto: El norteamericano John Luther Long escribió Madame Butterfly basándose en un informe de su hermano, que vivía en Japón. David Belasco, basándose en esta historia, escribió una obra de teatro que tuvo gran éxito; Puccini la vio en Londres y se dio cuenta de que era apta para la ópera, a pesar de que no entendía bien el inglés. Pidió a sus libretistas Illica y Giacosa un libreto basado en aquel argumento. Puccini deseaba sobre todo que dos elementos de la obra teatral quedasen en primer plano: el amor y la traición. Había que llenar la pieza, pobre en acción, con mucha música que expresara estos sentimientos. Los autores hicieron una ampliación (explotable desde el punto de vista musical) de la nostálgica espera de la japonesa. La primera versión de la ópera era en dos actos, pero no era en absoluto menos humana y conmovedora que la versión posterior, en tres actos.

Música: Puccini se encuentra en el (largo) punto culminante de su inspiración melódica. Desde el punto de vista técnico domina todo lo que la música de su época ha logrado. Une la poesía más delicada al dramatismo más vertiginoso. En esta obra utiliza en parte sonidos «exóticos», sin tomar un solo giro de la música del Lejano Oriente. Obtiene el sonido extraño por medio de la escala fundamental y de los acordes «aumentados» a los que ya aludimos arriba. Con los mismos medios auxiliares han trabajado también otros compositores europeos cuando han querido representar musicalmente el Lejano Oriente; por ejemplo, Gustav Mahler (en La canción de la tierra, basada en poemas chinos), Debussy y Lehar. También de Madame Butterfly se han hecho particularmente conocidas algunas piezas; sobre todo, el aria para soprano «Un bel di vedremo», el dúo de amor del final del primer acto, el «dúo de las flores» de las dos voces femeninas, el expresivo coro que susurra, la breve aria de despedida de Pinkerton, la conmovedora escena de la muerte de Butterfly.

Historia: Puccini terminó la partitura en la Navidad de 1903. El estreno tuvo lugar en la Scala de Milán el 17 de febrero de 1904 y a pesar de la gran actuación de la soprano Rosina Storchio fue una de las veladas más desdichadas de la historia de la ópera. El fracaso fue absoluto y vergonzoso. El compositor llevó a efecto algunos cambios. Junto con los libretistas, preparó una versión en tres actos. Ésta se estrenó en el teatro de Brescia el 28 de mayo del mismo año y fue recibida con entusiasmo; el papel principal estuvo a cargo de Salomea Kruszelnicka. Madame Butterfly fue durante mucho tiempo la obra de Puccini más representada en el ámbito internacional; el papel principal es uno de los «papeles soñados» de las sopranos.

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Breves

  • HECTOR BERLIOZ

    Fue un creador cuyo obstáculo fue la intransigencia de la mayoría de los músicos en casi todos los temas, desde su apoyo al uso del saxofón o a la nueva visión dramática de Wagner. Su vida fue excéntrica y apasionada. Ganó el Premio de Roma, el más importante de Francia en aquel momento, por una cantata hoy casi olvidada. Su obra musical es antecesora de estilos confirmados posteriormente.

  • El aprendiz de brujo de Paul Dukas se basa en una balada de Goethe. Es un scherzo sinfónico que describe fielmente cada frase del texto original.

  • La primera ópera de la que se conserva la partitura es Orfeo de Claudio Monteverdi. Se estrenó en Mantua en 1607, con motivo de la celebración de un cumpleaños, el de Francesco Gonzaga.

  • La obra que Stravinski compuso desde la época del Octeto de 1923 y hasta la ópera The Rakes Progress de 1951, suele considerarse neoclasicista.

  • En la Edad Media encontramos la viela de arco, de fondo plano y con dos a seis cuerdas, que se perfeccionó en la renacentista, hasta llegar a su transformación en el violín moderno a partir del siglo XVI, cuando se estableció una tradición de excelentes fabricantes (violeros) en la ciudad de Cremona.


Citas

  • DANIEL BARENBOIM

    "Un director no tiene contacto físico con la música que producen sus instrumentistas y a lo sumo puede corregir el fraseo o el ritmo de la partitura pero su gesto no existe si no encuentra una orquesta que sea receptora"

  • GEORGE GERSHWIN

    "Daría todo lo que tengo por un poco del genio que Schubert necesitó para componer su Ave María"

  • GUSTAV MAHLER

    "Cuando la obra resulta un éxito, cuando se ha solucionado un problema, olvidamos las dificultades y las perturbaciones y nos sentimos ricamente recompensados"

  • FRANZ SCHUBERT

    "Cuando uno se inspira en algo bueno, la música nace con fluidez, las melodías brotan; realmente esto es una gran satisfacción"

  • BEDRICH SMETANA

    "Con la ayuda y la gracia de Dios, seré un Mozart en la composición y un Liszt en la técnica"

MULTIMEDIA

  • Vesti la giubba

    Mario Lanza (Canio)

  • Preludio a la siesta de un fauno

    Claude Debussy

  • Hágase la Música en Radio Brisas

    Ciclo 2011 - Programa N° 9

  • Sinfonía Nº 6 "Patética"

    Piotr Illich Chaikovski

  • Sinfonía Nº 1 "Primavera"

    Robert Schumann

  • Fini... me lassa!... Vieni fra queste braccia

    Juan Diego Flórez (Arturo)

  • Carmen

    Georges Bizet

  • Hágase la Música en Radio Brisas

    N° 4 - 26 de septiembre de 2010

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El 1º de noviembre es una fecha fundamental en la historia del tango: se cumplen cien años del nacimiento de Homero Nicolás Manzione, más conocido como Homero Manzi, un poeta que en apenas 44 años de vida se dio el lujo de inventar un mundo. El fue quien evocó un pasado mítico en el sur porteño, cantó a los amores perdidos y los cielos añorados, y fue el culpable de que hoy Boedo sea un barrio en la nomenclatura porteña y no sólo una calle que se cruza con San Juan. Junto a su pasión lírica, Manzi fue también lo que en los 60 se llamó “un intelectual comprometido”: pasó sin escalas de las filas de Forja al peronismo más visceral.

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Violoncellista, pianista, arreglador y compositor. Formó parte de las orquestas de tango más relevantes de la época. Fue estable en la de Francini-Pontier pero el elegido de todos los maestros para las grabaciones como Aníbal Troilo, Atilio Stampone, Osvaldo Fresedo. En 1954 se sumó a la “patriada” de Astor Piazzolla: armar el Octeto Buenos Aires, que revolucionó al tango. El sonido especial de su violoncello, unido a su virtuosismo, le permitió jerarquizar el instrumento por lo que las orquestas típicas de entonces dieron entidad a este instrumento como solista a la par del violín, a partir del surgimiento de José Bragato como notable violoncellista.

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