Clásica y Ópera | Ópera
La fuerza del destino de Giuseppe Verdi
Verdi escribió la nueva ópera para el teatro italiano de San Petersburgo que tenía gran éxito y que en aquel momento quería tener como huésped al maestro más famoso de la época. Verdi aceptó la invitación, escribió "La forza del destino" en pocos meses. El 10 de noviembre de 1862 tuvo lugar el estreno clamoroso de la primera versión de la obra. Una nueva versión se estrenó en la Scala de Milán el 20 de febrero de 1869, y desde entonces se ha convertido en una pieza importante del repertorio operístico de todo el mundo.
Ópera en cuatro actos, libreto de Francesco Maria Piave, basado en Don Álvaro o la fuerza del sino, del duque de Rivas.
Personajes: El viejo marqués de Calatrava (bajo); Leonora y don Carlos de Vargas, sus hijos (soprano y barítono); don Álvaro (tenor); Preziosilla, una joven gitana (mezzosoprano); el padre guardián y fray Melitone, monjes (bajo y barítono); un cirujano del ejército, un arriero, un alcalde, la doncella de Leonora, monjes, soldados, pueblo.
Lugar y época: España e Italia, a mediados del siglo XVIII.
Argumento: La obertura contiene en forma de popurrí (aunque con construcción dramática) varias de las más bellas e importantes melodías de la ópera, y a causa de su unidad suele interpretarse también como pieza de concierto.
En el palacio de Calatrava, el viejo marqués, orgulloso de su linaje, da a su querida hija el beso de buenas noches. Pero Leonora no se retira a descansar; espera a Álvaro, con quien está decidida a huir esa noche. Sabe muy bien que su padre, que pertenece a una de las familias más nobles de España, jamás permitirá que se case con Álvaro, que procede de una familia mestiza de América (es decir, de sangre española mezclada con sangre indígena). Está dispuesta a huir, pero pide a su amado, que quiere llevarla, un día más de plazo. El padre oye las voces y sorprende a los amantes. Al ordenar a los criados que detengan a Álvaro, éste arroja al suelo su arma para demostrar su respeto por el marqués. Desgraciadamente, se escapa un tiro del arma que hiere mortalmente al anciano. Con sus últimas fuerzas, el marqués maldice a su hija.
Álvaro y Leonora, angustiados, han huido de Sevilla por separado. Leonora se ha puesto ropa de hombre para poder viajar con más facilidad y cree que su amado ha muerto. Entra en una posada, donde alrededor de la gitana Preziosilla se aglomera la gente, hay baile y canciones. En un joven que acaba de llegar, y que finge ser un estudiante de paso, reconoce a su hermano Carlos, que ha partido para vengarse del supuesto asesino de su padre. Llega una procesión de peregrinos y despierta en Leonora un profundo deseo de encontrar paz y protección en un convento, donde expiar además su culpa. Llega a la puerta de un convento de franciscanos. Entre los sonidos de un Leitmotiv que describe de una manera muy plástica el latir angustiado de su corazón, se arrodilla delante de una gran cruz de piedra y dirige una oración íntima al cielo.
Desde el interior del convento parecen responderle con cantos sagrados. Leonora llama a la puerta; aparece el hermano Melitone y poco después, llamado por él, el padre guardián, a quien se confía. Éste la conduce ante los monjes, ante los que Leonora hace voto de silencio. El «hermano desconocido» vivirá en una celda solitaria en medio de las montañas, donde nadie habrá de turbar su oración. El canto de Leonora se calma, por así decirlo, apoyado en las voces de los monjes, que le prometen paz.
Álvaro, que cree que Leonora ha muerto, ha viajado a Italia, donde los españoles y los italianos luchan juntos. Con un nombre falso, ha tenido varias veces actuaciones sobresalientes y ha salvado la vida a un compañero. Cuando lo hieren, confía a su compañero, que se ha convertido en amigo, un pequeño paquete de cartas y le pide que las queme en el caso de que no se recupere. En un dúo muy bello (con la combinación poco común de tenor-barítono), se juran fidelidad hasta la muerte.
Mientras el médico opera a Álvaro, el amigo comienza a dudar: ¿No se puso pálido el criollo cuando él habló de Calatrava? Del paquete cae un retrato. Es Leonora. Entonces se aclara todo. Y cuando Álvaro se recupera, se entera de que su compañero no es otro que Carlos, el hermano de Leonora y su mortal enemigo. Inútilmente trata de explicarle lo que ocurrió realmente. Carlos no cede. Vuelven a encontrarse en otro lugar del campo de batalla. Álvaro no quiere aceptar el reto, pero tiene que defenderse del ataque de Carlos. Cuando lo cree herido o muerto, huye para terminar sus días en un convento.
Coros, danzas en el mercado de Velletri, tiendas en todas partes y en plena actividad, a pesar de las claras huellas de la guerra. Preziosilla canta una tarantela; el punto culminante lo constituye un cómico sermón de Melitone, al que finalmente echan del lugar entre las carcajadas de todos. (En la primera versión de la obra, los dos enemigos se encontraban también en este cuadro.)
El acto cuarto se desarrolla varios años más tarde. Carlos ha seguido las huellas de Álvaro, que lo conducen a España. Allí vive el criollo en un convento como un hermano querido y respetado por todos, sin saber lo cerca que se encuentra de su amada. Es necesario el ataque armado de Carlos para que Álvaro, que hace mucho tiempo que ha renunciado a todo lo terrenal, se vea obligado a empuñar una espada. Hiere gravemente a su contrincante y huye de allí para pedir ayuda.
Leonora está arrodillada frente a su cabaña en una íntima oración. (Verdi compuso para esta ocasión la maravillosa aria «Pace», un grandioso cuadro dramático de profundo sentimiento que no obstante requiere un brillante empleo de la voz.)
Un ruido la asusta. Corre para poner en lugar seguro al herido. Totalmente sorprendidos, ambos hombres reconocen a Leonora. Carlos se levanta y con un último esfuerzo clava el puñal en el corazón de su hermana. En las palabras de consuelo del padre guardián los amantes reconocen que se unirán sólo en el más allá, pero para siempre...
Fuente: Don Álvaro o La fuerza del sino, del español Ángel Saavedra, duque de Rivas (1791-1865), un importante político, diplomático, dramaturgo e historiador que además desempeñó un papel notable en la vida intelectual del Madrid de la época.
Libreto: La primera versión proviene del viejo amigo de Verdi, Francesco María Piave. Cuando Piave se volvió loco, en 1867, el trabajo fue continuado por Antonio Ghislanzoni, que poco después sería el libretista de Aída. Ambos libretistas se atuvieron estrechamente al original español que, siguiendo el gusto de la época, acumulaba horrores, luchas, combates y persecuciones. Además, la acción se desintegra a causa de los numerosos escenarios y los dilatados periodos que abarca. Sin embargo, no tiene sentido juzgar rigurosamente unos textos que han inspirado obras maestras y que hace más de cien años que son conocidos y amados por los aficionados a la ópera de todos los continentes.
Música: La muy extensa partitura (una obertura larga, que también ha tenido éxito como pieza de concierto, y 34 números musicales) se encuentra todavía en el camino de Un ballo in maschera: cultiva el bel canto, ese típico arte italiano de antigua tradición que a mediados del siglo XIX había dejado de darse por sobrentendido. Verdi pondrá en primer plano en sus últimas obras el dramatismo y la veracidad de la expresión, que es una de las muchas exigencias del «drama musical», pero en ésta sigue todavía ese principio de la belleza vocal que antaño había ganado para la ópera italiana el entusiasmo de los estetas de todo el mundo.
Eso no quiere decir que La forza del destino no sea dramática; todo lo contrario. El contraste entre ambos hombres y el odio de Carlos por Álvaro tienen un poderoso efecto, al igual que las escenas de masas. Aparecen algunas construcciones con forma de Leitmotiv, una especie de «motivo fatal» recorre toda la obra desde la obertura; la música posee un gran aliento y llega cada vez a nuevas culminaciones. Verdi encuentra sonidos particularmente conmovedores para la paz de los monjes y la vida en el convento; en contraste, crea también una escena de gran comicidad: el «sermón del capuchino», de fray Melitone (que Piave desarrolló basándose en el Wallenstein de Schiller). La escena es de increíble efecto; ¡hay que pensar que en Verdi se encuentran muy pocas cosas parecidas! La forza del destino es una gran ópera desde el punto de vista del canto, que es digno del esfuerzo de los buenos cantantes: del tenor lírico Álvaro, del barítono heroico Carlos, de la soprano Leonora; es exuberante, de un suave lirismo y sin embargo con acentos dolorosos. No se deben subestimar de ningún modo las voces de segunda fila, con las que los cantantes profesionales pueden lograr grandes cosas: el bajo del padre guardián, de una bella sonoridad que irradia tranquilidad y seguridad; la parte de Preziosilla, efectiva y sensual; el barítono cómico e incluso grotesco de fray Melitone. Un espléndido trabajo aguarda a los coros en esta obra.
Historia: El interés de Verdi por el argumento parece datar de 1859; en aquel entonces, la pieza teatral del duque de Rivas tenía ya 24 años. Verdi escribió la nueva ópera para el teatro italiano de San Petersburgo, la capital de Rusia, que tenía gran éxito y contaba con una tradición brillante gracias a Paisiello y Cimarosa, y que en aquel momento quería tener como huésped al maestro más famoso de la época. Verdi aceptó la invitación, escribió La forza del destino en pocos meses, entre el verano y el otoño de 1861, y viajó en 1862 a la metrópoli del imperio zarista para supervisar personalmente los ensayos. El estreno sufrió un retraso por enfermedad del personal, que Verdi aprovechó para regresar a Italia y realizar un viaje a Inglaterra, donde se cantó su Inno delle nazioni con motivo de la Exposición Universal. Fue su primer encuentro con Arrigo Boito, que entonces tenía veinte años ¿Ninguno de los dos imaginaba que un día todavía lejano trabajarían juntos en la última obra maestra (y tal vez la más grande) de Verdi. Éste regresó a San Petersburgo y el 10 de noviembre de 1862 tuvo lugar el estreno clamoroso de La forza del destino. Es difícil decir si en esta obra, como se supone con frecuencia, se han incluido fragmentos del Rey Lear del mismo Verdi, una obra rodeada de leyenda y nunca encontrada, aunque es perfectamente posible. Seis años más tarde, se manifestó en el compositor una ligera insatisfacción, que siempre había tenido respecto de esta obra. Cuando su fiel Piave dejó de estar disponible, Verdi pidió al libretista Antonio Ghislanzoni una revisión parcial de la ópera. La nueva versión, que es la que se suele interpretar hoy, se estrenó en la Scala de Milán el 20 de febrero de 1869, y desde entonces se ha convertido en una pieza importante del repertorio operístico de todo el mundo. Las traducciones alemanas han tenido menos suerte; la versión de Franz Werfel, bella como poema, pero muy Ubre, no pudo imponerse, pero contribuyó en el período de entreguerras a despertar el interés por las óperas de Verdi en el ámbito de habla alemana.
Fuente: "Diccionario de la Ópera" de Kurt Pahlen
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