Miércoles, 24 de Abril de 2024

Clásica y Ópera | Ópera

Arabella

Arabella

En muchos instantes nos parece increíble que semejante impulso arrebatador y un lenguaje musical tan exuberante todavía estén al alcance del septuagenario Richard Strauss. Por supuesto, se trata de viejas recetas de las que echa mano, pero el manjar que logra es, en amplísima medida, nuevo y fresco. Otra vez hay valses, como en "El caballero de la rosa", pero esta vez con una motivación histórica. El estreno, el primero de julio de 1933 en la Staatsoper de Dresde, tuvo lugar bajo la dirección de Clemens Krauss.








Comedia lírica en tres actos. Libreto de Hugo von Hofmannsthal.

Personajes: El conde Waldner, capitán de caballería retirado (bajo); Adelaide, su mujer (mezzosoprano); Arabella y Zdenka, sus hijas (sopranos); Mandryka (barítono); Matteo, oficial de cazadores (tenor); el conde Elemer, el conde Dominik, el conde Lamoral, tres admiradores de Arabella (tenor, barítono, bajo); la «Fiakermilli» (soprano); una echadora de cartas (soprano); pequeños papeles hablados y mudos, cocheros, invitados al baile, huéspedes del hotel, etc.

Lugar y época: Viena, 1860.

Argumento: El telón se levanta sin preludio; el escenario muestra un salón en un hotel de Viena. Adelaide, emocionada, está ante una cartomántica que no le profetiza muchas cosas buenas. El conde seguirá perdiendo en el juego y el anhelado matrimonio de Arabella con un rico pretendiente encontrará dificultades. Sin embargo, después llegará otro admirador, de lejos, de los bosques... Entre tanto, alguien llama sin descanso a la puerta, y Zdenka recibe continuas facturas sin pagar. Zdenka tiene aspecto de muchacho; tuvo que convertirse en Zdenka, pues el capitán de caballería Waldner, terrateniente venido a menos desde el punto de vista material (y un poco también desde el moral), y que ha perdido en el juego los últimos picos de la fortuna de su mujer, no posee medios suficientes para presentar a sus dos hijas en Viena de acuerdo con la posición social que les corresponde. Toda la preocupación de la familia consiste en casar rápidamente con un hombre rico a la mayor de las hijas, Arabella, lo que en la ciudad será más fácil que en la provincia, sobre todo porque Arabella es de una belleza encantadora. Las posibilidades parecen buenas; tres magnates húngaros aspiran a su mano, la rodean de atenciones, quisieran llevarla a sus posesiones después del invierno. También hay un oficial, Matteo, que parece amar a Arabella sinceramente, pero al que ella apenas presta atención y al que Waldner, desde el punto de vista económico, no tiene en cuenta como posible yerno.

Matteo acaba de entrar en la recepción del hotel en que la familia se ha acuartelado y que todavía se adecua a su condición social. Lleva rosas para Arabella, y Zdenka, que está enamorada de él, le hace saber que Arabella no está allí; ¿y no podría decirle Zdenka, su mejor amigo, por qué Arabella es siempre tan esquiva con él? Aparte de una carta muy prometedora, nunca más ha vuelto a recibir un estímulo de parte de ella; y Matteo ignora que quien escribió la carta no fue Arabella, sino Zdenka. Dentro de la joven se ha desencadenado una tempestad; no se atreve a delatarse ante el joven oficial, pero piensa con creciente intranquilidad en el estado mental de éste si su hermana no lo escucha pronto. Matteo sale desesperado, expresa deseos de suicidarse. ¡Cuánto lo ama Zdenka, cuánto le gustaría verlo feliz!

Regresa Arabella y hace a un lado, sin prestarles atención, las flores de Matteo y los regalos de los pretendientes húngaros. Entonces su hermana la cubre de reproches: ¡qué fría, qué cruel es! De repente, Arabella se pone seria, muy seria. No, no es la indiferencia lo que la hace obrar así. El día que aparezca el hombre indicado, cambiará, será completamente distinta.

Strauss extiende una melodía difusa e íntima, llena de sensibilidad; la tomó de una canción popular de los países eslavos del sur de Europa, a la que Hofmannsthal puso un texto conmovedor. Es una alusión musical a los acontecimientos, pues evoca la región de la que surgirá pronto el hombre «indicado», como canta Arabella con ternura y nostalgia: «si es que en este mundo hay un hombre indicado para mí».

El conde Elemer llega en su elegante trineo para llevarla al último baile de disfraces, que se celebrará ese día. Él y sus camaradas han decidido por sorteo quién será el acompañante de Arabella en la fiesta: ¿podrá llevarla como esposa a sus ricas posesiones de la pusztal Arabella parece distraída; además, añade que debería acompañarlos Zdenka. Como si la impulsara un poder mágico, mira entre las cortinas, a la calle, que se hace cada vez más oscura: es posible que esté allí el hombre extraño que la observaba horas antes y que le produjo una impresión imborrable. Su mirada recorría las filas de ventanas del hotel. ¿La buscaba a ella?

Llega el padre: ha vuelto a jugar y a perder, como todos los días. Pero el día ha tocado a su fin. Su última esperanza se ha perdido: no ha obtenido ninguna respuesta a las numerosas cartas que escribió a sus camaradas de regimiento. Sobre todo se había hecho esperanzas con uno: ¡Mandryka! Éste había sido un tipo de rompe y rasga, y además muy rico, propietario de bosques, campos y aldeas de Eslavonia. ¿Es posible que ni siquiera le impresionara el retrato de Arabella, que Waldner había añadido, por así decirlo, para presentar a su hija? No llega ninguna respuesta. Por el contrario, se amontonan las facturas impagadas e impagables; todo lo que se podía vender se ha vendido.

Aparece un criado de mal humor: con el olfato infalible de su condición ha reconocido la verdadera situación de la familia del conde, y lleva la tarjeta de un visitante. Waldner se niega, no quiere ver a nadie, ¿quién iría a verlo aparte de algún acreedor impaciente? Entonces su mirada se posa sobre el pequeño recuadro de papel: ¡Mandryka! Entra un joven de aspecto espléndido, al que Waldner no conoce. Es el sobrino del viejo camarada, que ha fallecido. Claro, claro, comprende rápidamente el conde, el camarada sería ya un hombre mayor, un hombre de su misma edad. El joven Mandryka ha recibido la carta de Waldner con el retrato de la joven. Y en cuanto se curó de las heridas que le produjo una osa en el bosque, emprendió el viaje a Viena. Waldner ha perdido casi la palabra, pues es más de lo que esperaba. El joven, un hombre excelente como su tío, es simpático, de alguna manera magnífico, sobre todo cuando saca sin rodeos la billetera, pues cree que Waldner tiene un «apuro momentáneo», y le pone en la mano un par de miles. ¡Y con qué gesto! Igual que el viejo Mandryka: «Teschek, sírvete!», y se pone a hablar en el idioma de su patria. (Teschek: es lo que dicen los húngaros cuando ofrecen algo a alguien: «¡vamos, tómalo de una vez!».) Y Waldner recoge los billetes, temiendo despertar en cualquier momento de aquel sueño que en menos de un minuto promete poner en equilibrio su difícil situación. «\Teschek, sírvete!» Además, lo que dice el joven desconocido de la belleza de Arabella es tan conmovedor que incluso un padre menos sensible se habría emocionado. Quiere presentarle a su hija en seguida, pero Mandryka se niega modestamente: no, no con ropa de viaje y de una manera tan informal; el joven intuye que será el instante más grande de su vida. Waldner sonríe: «como quieras, amigo Mandryka, sobrino de mi viejo amigo, milagro personificado que ha surgido misteriosamente de los bosques de Eslavonia». ¡La presentación será aquella noche, en el baile! Mandryka hace una reverencia, abraza a Waldner según la costumbre de su patria y se va. Arabella sale de su habitación, vestida para el baile, y piensa, cada vez más intranquila, en el extraño, sin sospechar lo cerca que está.

El acto segundo se desarrolla en un salón de baile vienes. Arabella desciende con su madre por las anchas escaleras, a cuyo pie las esperan Waldner y Mandryka, totalmente cautivado por la belleza de la muchacha. Los dos jóvenes se encuentran frente a frente y Arabella sabe que ha llegado el «hombre indicado». Discretamente los dejan solos. Hofmannsthal extiende toda su poesía en esta escena, y Strauss se deshace en melodías. En el punto culminante del dúo, en medio de una atmósfera mágica, suena otra vez un canto popular eslavo, para el cual el poeta escribió las siguientes palabras: «Y tú serás mi amo y yo tu esclava, tu casa será mi casa, quiero ser enterrada contigo en tu sepultura». La más bella declaración de amor, con palabras bíblicas. Hofmannsthal dio a este Mandryka un lenguaje elemental y espontáneo, no de la gran ciudad; su alemán tiene un ligero color eslavo que lo vuelve pintoresco, tierno e imaginativo. Y Strauss emplea música popular, llena de fervor y pasión, llena de naturalidad, algo que no hacía desde El caballero de la rosa. Se siente el olor de la tierra y el ser del hombre sencillo.

 «Si fueras una joven de mi aldea...», dice Mandryka a Arabella, después de haberle descrito su patria, en las orillas tranquilas del Danubio, en medio de extensos campos: ella iría a la fuente que hay detrás de la casa de su padre, a buscar agua, y se la llevaría en un vaso como señal de que quiere pertenecerle, de que quiere amarlo con todo el corazón, para la eternidad. Lentamente despiertan de un magnífico sueño. Arabella sale a bailar, «para despedirme de mi vida infantil». Mandryka la sigue con la mirada. Llega Matteo, se siente profundamente herido porque Arabella ni siquiera se ha dignado mirarlo. En ese instante, Zdenka ama al joven más que nunca, y una decisión sublime va tomando cuerpo en ella. En secreto le pone una llave en la mano: le revela que es la llave de la habitación de Arabella. Para Mandryka, que ha oído la conversación, es como si le cayera un rayo. Está completamente confundido, se siente como un campesino que en la metrópoli ha sido víctima de una intriga. Además, poco después llega a sus manos un mensaje de Arabella que dice: «Buenas noches..., vuelvo a casa, a partir de mañana soy tuya». Mandryka es presa de la desesperación. La Fiakermilli, figura popular vienesa desde tiempos antiguos, llega con un grupo de gente alegre y bullanguera y trata de introducir al apuesto joven en el torbellino de la fiesta. Mandryka hace esfuerzos por dejarse llevar: ¡Champán, un banquete para todos! Pero interiormente está ausente. Cuando llega el matrimonio Waldner y ambos cónyuges le preguntan por Arabella, responde con hiriente ironía. Waldner ordena partir en seguida para aclarar la penosa situación. Exige a Mandryka que lo acompañe.

En el acto tercero se produce, en la recepción del hotel, el punto culminante del conflicto, que casi cristaliza en drama, y la aclaración de la confusión. Arabella ha regresado, llena de pensamientos felices. Aparece Matteo: procede de una habitación de los pisos superiores; se queda confuso al encontrar a Arabella allí, tan fría y distante. ¿No acaba de pasar una dichosa hora de amor en sus brazos? ¿Es posible que finja así? Aparecen los padres con Mandryka. Horrorizada, muda de indignación, Arabella se entera de la sospecha que pesa sobre ella. Mandryka vive la hora más amarga de su vida, el confundido Waldner lo desafía a un duelo. Entonces se oye la voz sollozante y consternada de Zdenka, que desciende las escaleras en camisón y se postra a los pies de sus padres. Fue ella quien recibió a Matteo en la habitación a oscuras. Mandryka está profundamente avergonzado, anhela una mirada de perdón de la desconcertada Arabella, que abraza cariñosamente a su hermana. Mandryka recupera la compostura. Aunque su propia esperanza ha sido destruida, pide a Waldner la mano de Zdenka en nombre de Matteo. Las luces de la recepción se apagan lentamente, la noche está muy avanzada. Arabella sube las escaleras sin mirar a nadie. Mandryka permanece en su lugar como si hubiera echado raíces. Y entonces se abre otra vez la habitación de Arabella. Con un vaso de agua en la mano desciende tranquilamente las escaleras (sólo un gran poeta podría haber inventado este final) y se lo entrega al conmovido Mandryka como una muchacha de su pueblo, que acepta al hombre amado como novio y esposo para siempre.

Libreto: Hofmannsthal había escrito muchos años antes una novela titulada Lucidor, en la que aparecen muchas características de Arabella. Tras el misticismo de La mujer sin sombra, el escritor y Strauss vuelven a crear una comedia vienesa de estilo antiguo, como ya habían hecho antaño con El caballero de la rosa. Dan vida a una de las épocas más brillantes de la capital del Danubio, aunque esta vez el poeta no calla la miseria y fragilidad de más de una existencia. Con excepción de la Fiakermilli, que con sus canciones y su desenfreno era una de las figuras conocidas del carnaval de Viena durante los años sesenta del siglo pasado, todas las demás figuras han surgido de la fantasía de Hofmannsthal. Una vez más, como en la ceremonia del «caballero de la rosa», Hofmannsthal inventa una escena muy imaginativa, aunque mucho más popular: la conmovedora declaración de amor de la joven de las regiones eslavas, el vaso de agua, cuya realidad es tan imaginaria como la entrega de una rosa de plata. Algunos críticos ceñudos han puesto objeciones a este libreto, en muchos detalles lo consideran una construcción inverosímil, al borde de la opereta. ¿Qué importa? Nos compensa con figuras magníficas y numerosas escenas llenas de una poesía profunda y auténtica, que además consiguen crear un efecto teatral poco frecuente.

Música: En muchos instantes nos parece increíble que semejante impulso arrebatador y un lenguaje musical tan exuberante todavía estén al alcance del septuagenario Strauss. Por supuesto, se trata de viejas recetas de las que echa mano, pero el manjar que logra es, en amplísima medida, nuevo y fresco. Otra vez hay valses, como en El caballero de la rosa, pero esta vez con una motivación histórica. Y hay algo que ocurre por primera (y única) vez: Strauss elabora dos auténticas melodías eslavas, cuya melancólica dulzura exhala todavía el aroma de los campos en flor. Nadie, ni antes ni después de Strauss, ha logrado tanta luminosidad, tanto sentimiento en la orquesta. Arabella y Mandryka: desde hace mucho tiempo son una de las parejas más conmovedoras de la literatura operística.

Historia: Arabella se convirtió en el canto de cisne de Hofmannsthal, que murió el 15 de julio de 1929, poco después de terminar el libreto. Strauss le puso música sin poder consultarle las escenas, ni verbalmente ni por escrito. El estreno, el primero de julio de 1933 en la Staatsoper de Dresde, tuvo lugar bajo la dirección de Clemens Krauss, con Viorica Ursuleac en Arabella y Alfred Jerger en Mandryka. Poco después la obra se representó en Viena (con la magnífica Lotte Lehmann en el papel principal), en Londres e incluso en Buenos Aires (bajo la dirección de Fritz Busch); en 1935 la obra llegó a Zúrich y Amsterdam.

Fuente: "Diccionario de la Ópera" de Kurt Pahlen

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Breves

  • HECTOR BERLIOZ

    Fue un creador cuyo obstáculo fue la intransigencia de la mayoría de los músicos en casi todos los temas, desde su apoyo al uso del saxofón o a la nueva visión dramática de Wagner. Su vida fue excéntrica y apasionada. Ganó el Premio de Roma, el más importante de Francia en aquel momento, por una cantata hoy casi olvidada. Su obra musical es antecesora de estilos confirmados posteriormente.

  • El aprendiz de brujo de Paul Dukas se basa en una balada de Goethe. Es un scherzo sinfónico que describe fielmente cada frase del texto original.

  • La primera ópera de la que se conserva la partitura es Orfeo de Claudio Monteverdi. Se estrenó en Mantua en 1607, con motivo de la celebración de un cumpleaños, el de Francesco Gonzaga.

  • La obra que Stravinski compuso desde la época del Octeto de 1923 y hasta la ópera The Rakes Progress de 1951, suele considerarse neoclasicista.

  • En la Edad Media encontramos la viela de arco, de fondo plano y con dos a seis cuerdas, que se perfeccionó en la renacentista, hasta llegar a su transformación en el violín moderno a partir del siglo XVI, cuando se estableció una tradición de excelentes fabricantes (violeros) en la ciudad de Cremona.


Citas

  • DANIEL BARENBOIM

    "Un director no tiene contacto físico con la música que producen sus instrumentistas y a lo sumo puede corregir el fraseo o el ritmo de la partitura pero su gesto no existe si no encuentra una orquesta que sea receptora"

  • GEORGE GERSHWIN

    "Daría todo lo que tengo por un poco del genio que Schubert necesitó para componer su Ave María"

  • GUSTAV MAHLER

    "Cuando la obra resulta un éxito, cuando se ha solucionado un problema, olvidamos las dificultades y las perturbaciones y nos sentimos ricamente recompensados"

  • FRANZ SCHUBERT

    "Cuando uno se inspira en algo bueno, la música nace con fluidez, las melodías brotan; realmente esto es una gran satisfacción"

  • BEDRICH SMETANA

    "Con la ayuda y la gracia de Dios, seré un Mozart en la composición y un Liszt en la técnica"

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    N° 4 - 26 de septiembre de 2010

  • Cortigiani vil razza dannata

    Leo Nucci (Rigoletto)

  • Obertura Las Hebridas

    Félix Mendelssohn

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Poetas

Celedonio Flores

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José Razzano

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Músicos

Francisco Canaro

Francisco Canaro

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