Domingo, 05 de Mayo de 2024

Clásica y Ópera | Historia

Historia del canto operístico

Historia del canto operístico

La historia del canto operístico comienza con el nacimiento mismo del género. Su progresivo avance, su evolucionar, trajo aparejada la actividad de los cantantes que fueron cobrando estado público cuando la ópera se afirmó y expandió más allá de su inicial cenáculo, la Camerata Fiorentina de finales del siglo XVI.







Los italianos dominan el comienzo del melodrama y el cantante es el resultado de aquella hegemonía. Durante casi todo el siglo XVII Europa se ve absorbida por el cantante italiano y la aparición y formación de escuelas de canto afianza este proceso. Este hecho continuó acentuándose durante la siguiente centuria. El maestro de canto del siglo XVIII llegó a tener un inigualado privilegio. El maestro Tosí, por ejemplo, escribió un tratado y el célebre Nicola Porpora logró formar algunos de los vocalistas más conocidos de ese período. Los protagonistas del virtuosismo belcantista comenzaban a hacerse notar en la escena de los teatros líricos, que habían surgido como baluartes y propulsores de la ópera.

El extraño arte de los castrati

Curiosamente los primeros en imponerse constituyeron una extraña raza y la historia del arte lírico recoge sus nombres como verdaderos ídolos y extraños seres poseedores de un sorprendente registro vocal: los castrati.

Una arbitraria costumbre de entonces -desarraigar a las mujeres de la actuación pública -originó otra costumbre aún peor como fue perturbar el crecimiento normal del varón en su adolescencia sometiéndolo a la castración, con el ánimo de preservar la voz blanca, pero en condiciones sumamente singulares porque la aproximaba a la voz femenina. Un curioso registro que encontró campo de aplicación como material sonoro. Este hecho humanamente indefendible, llevó a los sopranistas a configurar una época, a tener la casi preeminencia del bel canto en especial durante la primera mitad del setecientos.

El origen de esta extraña disciplina vocal también suele connotarse con la intención de desarraigar a los falsetistas de las iglesias, afirmándose aquella rara estirpe de los castrati, sujeta a una rigurosa metodología de estudio. Los maestros de los sopranistas se multiplicaron. Algunos, como Pistocchi y el ya citado Porpora se convirtieron en virtuosos de la enseñanza europea del canto.

En el siglo XVII surgieron a la fama algunos sopranistas como el célebre Baldassarre Ferri, que inició su carrera en la corte de Varsovia en 1625 para proseguirla luego en Viena y en Italia; o como Giovanni Grossi (Siface) que murió trágicamente asesinado en 1697. Pero se debe esperar al siglo siguiente para advertir la presencia de quien fuera ensalzado como el más virtuoso: Carlo Broschi, apodado Farinelli (1705-1782).

Apareció en Roma donde solía competir con un clarinetista en sostener notas y en agilidad vocal y se cuenta que lo dejaba fatigado y proseguía con sus vocalizaciones rápidas y dificultosas. No solamente la excepcional voz adquirida por tan inhumano y deplorable procedimiento era estandarte de su fama. Una prodigiosa habilidad y la inspiración del momento completaban aquellas facultades del más célebre sopranista. Un contemporáneo suyo, el maestro de canto Mancini, ensalzaba su "voz portentosa, perfecta, cálida, sonora, rica en extensión, de timbre dulcísimo, tanto en las notas profundas como en las centrales y agudas...", aclarando también que "el arte de saber retener el aliento con reserva y pureza suma, sin que nadie lo notara, comenzó y terminó con él. La entonación, la manera de modular y reforzar la voz, el portamento, la unión de los registros, la sorprendente agilidad, sus trinos perfectísimos en seis modos distintos fueron cualidades suyas...". Este entusiasmo se ve reforzado por el testimonio del poeta Metastasio, de quien se tienen indicios de su desprecio por los castrati. De ahí que al sostener que Farinelli "debió ser tocado al nacer por la mano del Divino Creador" reconoce la singularidad de esta suerte de ruiseñor que cantó por espacio de unos cuarenta años.

Otros representantes destacados de esta extraña estirpe vocal que invadía los escenarios líricos fueron Gaetano Majorano (Caffarelli), Antonio Bernacchi, Giovanni Carestini (Cusanino), Antonio Uberti (el Porporino, discípulo de Porpora), Francesco Bernardi, apodado Senesino (a quien Haendel llevó a Londres) y Gioacchino Conti, alias Gizziello. Con este panorama nos ubicamos en el siglo XVIII, algunos de cuyos representantes finales fueron Gaspare Pacchierotti, Girolamo Crescentini y Luigi Marchesi (Marchesini), llegándose con Giovanni Battista Velluti -considerado el último gran sopranista- a los albores del siglo XIX, cuando se produce la virtual extinción de esta estirpe de cantantes.

Prime Donne y tipologías vocales

Pese a la atracción que estos singulares personajes, producto de tan aberrante como sorpresiva práctica, ejercieron en aquellos auditorios líricos, las estrellas femeninas se hicieron notar, adquiriendo el divismo carta de ciudadanía. Las italianas Faustina Bordoni (1700-1770) y Francesca Cuzzoni (1700-1770) tuvieron predicamento por entonces. Esta última creó en Londres la parte de Cleopatra en Julio César de Haendel en 1724, junto al sopranista Senesino, quien también la acompañó en Rodelinda al año siguiente. Y una legendaria contralto florentina, Vittoria Tesi-Tramontini (1700-1775) cosechaba lauros en su patria y en el centro de Europa.
Pero el antagonismo comienza a despertar en los escenarios líricos en la segunda mitad del siglo XVIII. Se hace notoria por ejemplo la rivalidad que sostienen en París la mediosoprano portuguesa María Luisa Todi con la soprano alemana Gertrud Elisabeth Mará, quien disponía de una extensión vocal hasta el Mi sobreagudo.
Vale decir que en este punto de nuestra historia el cantante y la conquista del público pasan a ser asociaciones comunes. El ansia de granjearse admiración se extiende también a las cantantes gluckianas, como la Arnould y la Levasseur; otro es el caso de Lucrezia Agujari (1743-1783), apodada "Bastardella", admirada por Mozart y poseedora de una extensión vocal de tres octavas y media y -según testimonios- 2.047 vibraciones por segundo.

Como se advierte la voz va ganando un ancho espacio en la consideración e idolatría del público y los compositores comenzaron a disponer de privilegiadas gargantas. El caso de Mozart es en este aspecto recurrente y demostrativo: la Ferraresse del Bene, la Cavaliere, Mandini, Schikaneder (libretista y primer Papageno), entre otros.
Pero ya estamos en condiciones de individualizar dos celebridades singulares de la cuerda de soprano que sobre el cierre del setecientos van modelando tipologías vocales. Celeste Coltellini (1764-1829) está consustanciada con la obra de Paisiello (fue creadora de Nina o La Pazza per l'amore en 1789). En Francia, entre tanto, se imponía la Dugazon, que vivió entre 1755 y 1821, y que en rigor era oriunda de Berlín pero se afirmó en la capital francesa, donde configuró un tipo de voz característico de la Opéra-Comique, que tipificó una categoría vocal. El ámbito y repertorio de Madame Dugazon estaban referidos a composiciones de Grétry, de Boieldieu, de Issouard o Dalayrac. Por eso decíamos que puede ligarse con aquella favorita de Paisiello. Porque los elementos comunes referentes a sus voces, al modesto volumen y la escasa extensión de sus tesituras se veían suplidos por la atrayente comunicatividad, la sugerencia y expresividad del canto, y los recursos histriónicos del género larmoyant.

Y ya que hablamos de tipologías francesas, también surgieron en los finales del siglo XVIII modelos para tenor y barítono, empleados aún hoy como términos para caracterizar voces. Por ejemplo, por "tenor Trial" (viene de Antoine Trial, que vivió entre 1736 y 1795) se entiende un tipo tenoril de voz delgada y aguda, de timbre nasal característico y vinculado a partes cómicas. Y por otra parte, cuando se habla de "barítono Martin" es debido a que Jean Blaise Martin (1768-1837) tenía un órgano vocal extenso, capaz de cubrir tres octavas, de timbre claro y brillante y ágil para las vocalizaciones.

Nota extraída del libro:
Historia de los Cantantes líricos de Néstor Echevarria
Editorial Claridad

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Breves

  • HECTOR BERLIOZ

    Fue un creador cuyo obstáculo fue la intransigencia de la mayoría de los músicos en casi todos los temas, desde su apoyo al uso del saxofón o a la nueva visión dramática de Wagner. Su vida fue excéntrica y apasionada. Ganó el Premio de Roma, el más importante de Francia en aquel momento, por una cantata hoy casi olvidada. Su obra musical es antecesora de estilos confirmados posteriormente.

  • El aprendiz de brujo de Paul Dukas se basa en una balada de Goethe. Es un scherzo sinfónico que describe fielmente cada frase del texto original.

  • La primera ópera de la que se conserva la partitura es Orfeo de Claudio Monteverdi. Se estrenó en Mantua en 1607, con motivo de la celebración de un cumpleaños, el de Francesco Gonzaga.

  • La obra que Stravinski compuso desde la época del Octeto de 1923 y hasta la ópera The Rakes Progress de 1951, suele considerarse neoclasicista.

  • En la Edad Media encontramos la viela de arco, de fondo plano y con dos a seis cuerdas, que se perfeccionó en la renacentista, hasta llegar a su transformación en el violín moderno a partir del siglo XVI, cuando se estableció una tradición de excelentes fabricantes (violeros) en la ciudad de Cremona.


Citas

  • DANIEL BARENBOIM

    "Un director no tiene contacto físico con la música que producen sus instrumentistas y a lo sumo puede corregir el fraseo o el ritmo de la partitura pero su gesto no existe si no encuentra una orquesta que sea receptora"

  • GEORGE GERSHWIN

    "Daría todo lo que tengo por un poco del genio que Schubert necesitó para componer su Ave María"

  • GUSTAV MAHLER

    "Cuando la obra resulta un éxito, cuando se ha solucionado un problema, olvidamos las dificultades y las perturbaciones y nos sentimos ricamente recompensados"

  • FRANZ SCHUBERT

    "Cuando uno se inspira en algo bueno, la música nace con fluidez, las melodías brotan; realmente esto es una gran satisfacción"

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    "Con la ayuda y la gracia de Dios, seré un Mozart en la composición y un Liszt en la técnica"

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Orquesta El Arranque

Orquesta El Arranque

Nació como quinteto en 1996 interpretando un repertorio tradicional y de corte bailable. En 1997 se suman un bandoneón y un violín componiendo la formación definitiva de dos bandoneones, dos violines, piano, contrabajo, guitarra y cantor. Hoy por hoy es definitivamente un referente dentro de las orquestas de tango.

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Cátulo Castillo

Cátulo Castillo

Cátulo Castillo recorrió con sus letras los temas que siempre obsesionaron al tango: la dolorosa nostalgia por lo perdido, los sufrimientos del amor y la degradación de la vida. No tuvo en cambio espacio para el humor ni para el trazo despreocupado, y tampoco para el énfasis rítmico de la milonga. La palabra "último" figura en varios de sus títulos, como dando testimonio de ese desfile de adioses que atraviesa sus letras, donde hay siempre compasión por quienes padecen y un frecuente recurso al alcohol como fuga.

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José Razzano

José Razzano

En general, los que escriben sobre el género, han sido mezquinos u omisos con la verdadera valoración de esta figura de la música popular. José Francisco Razzano nació en Montevideo (capital de la República Oriental del Uruguay), a pocos pasos de la Plaza Independencia, en una casa de la calle Policía Vieja N° 14, el 25 de febrero de 1887. Dos años apenas tenía cuando ante la desaparición de su padre, su madre se traslada a Buenos Aires, barrio de Balvanera (en aquel entonces arrabal, hoy integrado a la zona céntrica).

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El sábado 11 de Junio a las 21 hs se presentará en el Teatro Municipal Colón la gran cantante Amelita Baltar, acompañada por la Orquesta Municipal de Tango que dirige el Maestro Julio Davila y el pianista Aldo Saralegui como invitado especial. Luego de su presentación en Mar del Plata, la cantante estrenará un nuevo espectáculo: "Noches de Kabaret" en el Teatro Maipo de Buenos Aires.

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